ASÍ ESTÁ AYUDANDO A LA CIENCIA LA MUJER QUE PUEDE OLER EL PÁRKINSON
Hace cuatro décadas, Joy Milne, quien ahora tiene 72 años, compartía la profesión de enfermera con su marido. Ambos solían mantener las mismas rutinas en el hospital. Sin embargo, él empezó a desarrollar un olor almizclado un tanto desagradable, que ella, muy sensible a los olores, no podía soportar. Le pedía que tuviese una mejor higiene al salir del trabajo, pero el olor seguía, cada vez más y más, sobre todo por los hombros y la zona posterior del cuello. Llegó un momento en que ya no le quedó más remedio que asumir que tendría que convivir con ese olor y no le dio más importancia. Sin embargo, cuando doce años después él fue diagnosticado con párkinson, la mujer comenzó a atar cabos.
En el centro especializado en el que le atendieron tras el diagnóstico había otras muchas personas con la misma enfermedad y Joy se dio cuenta de que todos compartían el mismo olor. Hoy sabemos que ella tiene algo conocido como hiperosmia, una condición genética que agudiza muchísimo el sentido del olfato. Precisamente por eso, y aunque pueda parecer imposible, la mujer estaba oliendo el párkinson de su marido.
Desgraciadamente, y aunque el diagnóstico fue cuando él era todavía muy joven, con 45 años, el daño neurológico estaba ya muy avanzado. Quizás, si se hubiesen tomado medidas cuando ella notó los cambios en el olor, aunque entonces no hubiese síntomas, se habría podido hacer algo más por él. Por eso, aunque ya perdió a su marido en 2015, Joy lleva colaborando desde entonces con los científicos para encontrar un test diagnóstico capaz de reproducir lo que solo su privilegiado sentido del olfato puede hacer.
Perros que diagnostican el párkinson
Gracias a Joy se ha descubierto que algunos cambios metabólicos derivados de la enfermedad de Parkinson provocan que sus pacientes desprendan una serie de sustancias volátiles únicas. Lamentablemente, su olor pasa desapercibido al olfato de la mayoría de los humanos. Esta enfermera escocesa es una excepción. Sin embargo, tras este hallazgo se pensó que quizás los perros, conocidos por su gran sentido del olfato, sí que podrían echarnos una mano.
Se han publicado varios estudios al respecto, uno de ellos este mismo año. En él, se evaluó la capacidad de tres perros de la raza pastor belga, entrenados para oler el párkinson. Tras un periodo de entrenamiento que duró entre 1,5 y 2 años, los canes eran capaces de oler varias muestras y, en caso de detectar el párkinson, tumbarse sobre ellas.
Las muestras se extraían de la espalda de los pacientes con una gasa y se congelaban a -30ºC en una bolsa de plástico. Una vez entrenados, se usaron para evaluar a 109 pacientes con enfermedad de Párkinson sometidos a tratamiento, 37 pacientes con Párkinson sin tratamiento y 654 sin la enfermedad.
Aunque hubo algunos errores, al menos dos de los tres perros detectaron la enfermedad, por lo que se calculó una sensibilidad del 91% y una especifidad del 95%. Es importante recordar que la sensibilidad es la capacidad para dar como positivos los casos que realmente lo son, mientras que la especifidad hace referencia a la capacidad para dar como negativos los casos que, efectivamente, no tienen la enfermedad. Estos son datos que hemos escuchado en numerosas ocasiones desde que comenzó la pandemia de COVID-19, ya que se han tenido muy en cuenta a la hora de presentar nuevos tipos de test diagnósticos.
Pruebas de laboratorio para no recurrir a olfatos superdotados
Se puede decir, por lo tanto, que los perros son buenas herramientas para detectar el párkinson. Pero, del mismo modo que no se puede tener a una Joy Milne en todos los centros sanitarios, tampoco es fácil recurrir a perros entrenados. Por eso, este año se ha presentado otro estudio en el que, en vez del sentido del olfato, se usas técnicas de laboratorio.
Esta investigación se llevó a cabo también con la colaboración de Joy Milne. Primero se tomaron muestras de sebo, que es un aceite producido naturalmente por la piel, tanto de personas con párkinson como de personas sanas. A continuación, se analizó en busca de compuestos diferenciales y, efectivamente, se dio con 500 sustancias que eran claramente diferentes en los enfermos.
Así, con una simple muestra, tomada de la piel de los pacientes con un hisopo, similar a los que se usan para tomar las muestras nasales par un test de COVID-19, se pueden buscar estos compuestos y obtener un resultado rápido de una forma no invasiva para los pacientes. En cuanto a la detección, a falta de narices entrenadas, se usa un instrumento llamado espectrómetro de masas. Este analiza las muestras a través de varios pasos.
En primer lugar, ioniza su contenido. Es decir, lo bombardea con un haz de electrones que, al entrar en contacto con los átomos de la muestra, arrastran algunas de sus cargas negativas, dejándolos cargados positivamente. Es algo similar a lo que ocurre con ese experimento que realizábamos de pequeños, frotando un bolígrafo contra un jersey de lana y viendo cómo luego atrae trocitos de papel. Todo esto ocurre en un compartimento conocido como cámara de ionización.
Una vez que tenemos estas partículas positivas, salen de la cámara de ionización, viajando a una velocidad que dependerá de su masa. Lógicamente, los iones más ligeros viajarán más deprisa. Pero, además, se someten a un campo magnético, que desviará sus trayectorias, de una forma única para cada tipo de átomo. Así, gracias a un detector que analiza estos desvíos, se puede saber exactamente la composición de la muestra. En este caso, por lo tanto, se puede detectar la presencia de esas sustancias únicas de los pacientes con párkinson.
Los autores de este estudio, que se publicó el pasado mes de septiembre, creen que el procedimiento podría ser extensible a otras enfermedades. No sería extraño, puesto que ya se ha visto que los perros son capaces de detectar otras enfermedades, como la malaria o algunos tipos de cáncer, precisamente por su capacidad para olfatear estos compuestos volátiles. Aun así, queda mucha investigación por delante.
De momento, la única forma de detectar el párkinson es un estudio neurológico exhaustivo, unido en algunos casos a una resonancia magnética cerebral. Además, en caso de que exista predisposición familiar, se pueden realizar pruebas genéticas. Eso sí, siempre recordando que tener una mayor probabilidad de padecer la enfermedad no quiere decir que la vayamos a padecer necesariamente. Solo que hay que estar ojo avizor. Es lo que nos queda si no tenemos un olfato superdotado.
Autor: Azucena Martín Sevilla, Licenciada en Biotecnología