ES EL TURNO DE LA CUARTA DOSIS DE VACUNA FRENTE AL SARS-CoV-2
Superados ya los dos años de la pandemia provocada por el SARS-CoV-2, la mayoría de los españoles mayores de 18 años hemos pasado por los tres pinchazos de la vacuna que nos protege de sufrir (que no de contagiarnos) la COVID-19 con síntomas graves y potencialmente mortales para personas vulnerables. Con el escenario expuesto, este junio de 2022 se ha puesto sobre la mesa de actualidad del Ministerio de Sanidad la confirmación de una cuarta dosis de vacuna para toda la población. Si bien la fecha está por determinar, sabemos que esta dosis se suministrará siguiendo el mismo patrón que en campañas anteriores, es decir, priorizando a los colectivos vulnerables y comenzando por los mayores de 80 años. Mención aparte tendrían enfermos crónicos, inmunodeprimidos, etc., con prioridad independientemente del grupo de edad al que pertenezcan.
Los expertos coinciden en que la cuarta dosis es necesaria, segura y va a resultar beneficiosa para reforzar la inmunidad. Pero no dejan de surgir opiniones dispares al respecto de que suponga un aumento de la respuesta inmunitaria en todos los sujetos.
¿Quién necesita realmente la cuarta dosis? ¿Cómo determinarlo?
Según se concluye de un estudio publicado en Lancet Infectious Diseases, una pequeña proporción de los sujetos estudiados no aumentaron su inmunidad con la cuarta dosis de vacuna. De ello se deduce que, en estos casos, la tercera dosis de la vacuna proporciona la máxima capacidad de inmunidad frente al SARS-CoV-2 y una cuarta dosis no sería necesaria.
Por tanto, cabe plantearse si esa dosis es siempre necesaria o no y si lo es para toda la población. Pero ¿cómo es posible saber el grado de inmunidad adquirida antes recibir la vacuna? Actualmente hay dos abordajes posibles: atendiendo al nivel de anticuerpos (IgG) o al de linfocitos (células productoras de anticuerpos).
De manera cuantitativa o semicuantitativa se puede determinar el nivel de anticuerpos específicos frente al SARS-CoV-2 circulantes en el torrente sanguíneo. La técnica empleada para ello es el enzimoinmunoensayo, ELISA por sus siglas en inglés (Enzyme-Linked ImmunoSorbent Assay). Con ella se detectan anticuerpos que neutralizan específicamente al virus y que se adquieren tras la vacunación, sumándose a los ya generados si se ha sufrido la enfermedad. El valor de estos anticuerpos específicos frente al virus causante de la COVID-19 (en todas sus variantes), conocidos habitualmente como “neutralizantes”, indica el nivel de inmunidad humoral que tiene la persona frente al virus. Ello no impide el contagio, pero sí previene que la enfermedad curse con gravedad e incluso resulte mortal. Según esto, cabe preguntarse si es realmente necesaria la cuarta dosis a tenor de los niveles de anticuerpos circulantes en sangre.
Existe otra facción de la inmunidad que también protege frente a las infecciones, en este caso del virus SARS-CoV-2, pero no lo hace de manera tan inmediata como los anticuerpos circulantes. Esta es la inmunidad celular, más concretamente, las células que al ser estimuladas por las proteínas del virus (antígenos) generan anticuerpos específicos frente a él. Estas células son los linfocitos, que producen Inmunoglobulinas de tipo G, específicas frente al SARS-CoV-2.
Estudios como el mencionado anteriormente han puesto de manifiesto que hay un incremento de respuesta humoral en forma de anticuerpos IgG tras administrar la cuarta dosis. Esto plantea dos hipótesis: que la inmunidad adquirida sea mayor con la cuarta dosis o que la respuesta inmunitaria sea mayor como consecuencia del aumento de inmunidad celular generada con la tercera dosis.
Pero surge la hipótesis de si existe un “techo”, una máxima capacidad de inmunidad, que limite la producción de anticuerpos de un organismo. Esto explica que, en un porcentaje bajo de los pacientes estudiados, la inmunidad no aumentase con la cuarta dosis.
Está establecido que la siguiente dosis de vacuna debe espaciarse de la anterior (o de haber sufrido la infección por el virus) mínimo seis meses. Esto es debido a que la estimulación del sistema inmunitario es lo bastante reciente como para que un nuevo estímulo lleve a alcanzar ese “techo” y no se produzca el efecto pretendido con la vacunación.
Por ello, cabe considerar que la respuesta inmunitaria al estímulo no es universal y está sujeta a demasiadas variables como para aceptar que esos seis meses son el tiempo óptimo para toda la población. Asimismo, igual que no todas las personas generan los mismos niveles de anticuerpos, tampoco los pierden al mismo ritmo.
Las autoridades sanitarias se ven obligadas a establecer unas pautas de vacunación que beneficien a la mayoría. La pregunta es: ¿cómo puede saberse si es momento de administrar la cuarta dosis a nivel individual? Y es determinando el nivel de anticuerpos en sangre. Si es bajo, aunque no hayan transcurrido los seis meses, conviene plantearse administrar la vacuna. En el lado contrario estarían las personas que, en el momento establecido para la siguiente dosis, tienen unos niveles de anticuerpos adecuados para una respuesta rápida y eficaz en caso de contagiarse. Por tanto, si se inocula la vacuna, se presentará una respuesta que podría llegar al límite de capacidad de la médula ósea para fabricar células que a su vez generen anticuerpos. En estos casos, la vacuna no cambiaría demasiado la situación del paciente y lo más conveniente hubiese sido esperar.
Anticuerpos Neutralizantes y cuarta dosis de vacuna frente a la COVID-19
La determinación de anticuerpos en sangre tiene dos abordajes posibles: detectar los anticuerpos generados frente al virus (IgM como primera respuesta e IgG como respuesta más tardía y duradera) o detectar anticuerpos neutralizantes de manera más sensible y específica. Para la primera prueba se puede realizar bien a través de un test rápido de determinación de anticuerpos basado en el inmunoensayo por cromatografía lateral en fase sólida empleando una gota de sangre y obteniendo los resultados en 15 minutos. O bien tras una extracción de sangre separar el suero y, mediante la técnica del enzymoinmunoensayo (ELISA), determinar de forma semicuantitativa el número de IgG e IgM.
Respecto a la determinación de anticuerpos neutralizantes, también se realiza a través de serología y ELISA. La diferencia con la anterior es que más sensible y específica para anticuerpos que inactivan al virus. Son más relevantes en personas vacunadas y suponen una protección mayor y más duradera.
Inmunidad Celular
Siguiendo la misma lógica planteada para los anticuerpos circulantes como factor a considerar antes de suministrar la cuarta dosis de vacuna, la inmunidad celular plantea un reto aún mayor. Los linfocitos son células productoras de anticuerpos y estos serían un reflejo de la activación de las primeras. Lo ideal sería determinar el nivel de inmunidad celular, más allá de los anticuerpos circulantes, para decidir si administrar la cuarta dosis de vacuna.
Esto tecnológicamente no es sencillo ni rápido. Si bien, ya hay equipos de investigación dedicados a investigar la optimización de esta técnica. Ejemplo de ello es el Centro Nacional de Microbiología del Instituto de Salud Carlos III, donde han desarrollado un test basado en la técnica RT-PCR para medir la inmunidad celular frente al SARS-CoV-2 y, por ende, la duración de la protección de las vacunas.
Con ello se concluye que, dado lo sorpresivo y la reciente generación del virus responsable de la COVID-19, tanto vacunas como técnicas e investigaciones están en constante evolución y renovación para mejorar el abordaje de la pandemia en la que está sumida la humanidad estos casi tres últimos años.
Autor: Ángela M. Martín Sevilla, Licenciada en Biología.